"..que trabajo te cuesta
ser original
hacer una locura
y soñar
en tu mundo no hay nada
de espontaneidad
tu mundo está vacío
y tu no entiendes nada
del mío
yo tengo un mundo mío
y voy a compartirlo
con alguien como yo”
Mi mundo
Por: Luís Enrique
Unas semanas atrás, después de terminar una conversación con un buen
amigo sobre lo complejo que pueden ser las relaciones de pareja, empecé a
tararear en mi cabeza la letra de una canción mía a la que le tengo
mucho cariño: “Mi mundo”. Recuerdo que cuando salió a finales de los
años 80 mucha gente me decía que era la canción del egocéntrico. En
aquel momento me parecía un poco fuera de lugar esa afirmación porque
para mí el mensaje era claro: un tipo que quería relacionarse con
alguien que lo entendiera y, a la vez, a quien él pudiera comprender
para compartir un proyecto de vida en común, sin que uno de los dos
tuviera que renunciar a sus metas individuales más importantes.
La conversación con mi amigo me hizo reflexionar sobre este tema y
respecto a cómo lo veo en mis circunstancias actuales. Para empezar me
hice la pregunta, ¿hasta qué punto se pueden negociar parte de nuestros
sueños, metas o gustos individuales? En mi caso, recordé que durante
mucho tiempo no estuve dispuesto a renunciar a mi principal prioridad de
vida, la música. Desde adolescente supe que ésta significaba demasiado
para mí, tanto que la consideraba un asunto innegociable, por eso decidí
no casarme tan joven. Mi vida giraba alrededor de la música, la
guitarra, la percusión, las giras y las noches interminables de
conciertos. Por supuesto, el hecho de no pasar mucho tiempo en un solo
lugar no generaba mucha confianza en quienes fueron mis parejas en esa
época. Yo no estaba dispuesto a comprometerme con alguien que no
estuviera dispuesta a ceder tiempo y espacio para mi carrera
profesional. Era mi pasión.
En el transcurso de mi vida conocí a personas que sacrificaron sus
aspiraciones personales (profesionales, visión de vida, etc.) por estar
hiper-enamorados y establecer relaciones más formales. Esas mismas
personas, con el tiempo, no pudieron sobrellevar la vida en pareja y se
divorciaron, quedando sin carrera, sin amor, sin familia, sin hijos, sin
nada. Sé lo que se siente. Es como perder el norte, la propia esencia,
lo que se viene a hacer al mundo. Nos enamoramos de manera tan
irresponsable que nos perdemos a nosotros mismos.
Muchas veces, inclusive, aun cuando sabemos que se ha perdido el
enamoramiento y los objetivos en común, nos empecinamos en permanecer
juntos, sea por los hijos procreados o por no querer renunciar al plan
inicial de la vida en común. Muchas veces creemos que el hijo es primero
cuando lo importante es el amor entre esas dos personas, la
convivencia, la salud espiritual y emocional. Son pocos los que tienen
la capacidad de levantarse después de un “fracaso” y decir “¿sabes qué?
Voy a hacer lo que yo quería ser”. Es muy difícil encontrar la salida
cuando sientes que el tiempo de recuperar lo perdido te pasó y que otras
personas tuvieron más valor que lo que deseabas para ti mismo.
Este punto me llevó a otra pregunta: ¿en una relación de pareja qué
tanto estamos dispuestos a ceder? Ciertamente, saber qué puedo negociar y
hasta cuánto otorgar depende mucho de cuán definidas están mis metas
personales. Yo siempre he creído que primero debes estar bien contigo,
quererte a ti primero, antes de poder amar a los demás. Desde ese punto
de partida es increíblemente amplio el abordaje porque, desde pequeños,
se nos enseña todo lo contrario. Se nos inculca, conscientemente o por
inercia sociocultural, que debemos amar al prójimo antes de a nosotros
mismos. ¿Pero acaso no deberíamos primero amar nuestra individualidad
para saber cómo amar racionalmente a alguien más?
Para mí el amor romántico no debería asumirse como un sentimiento que
idealiza a nuestra pareja. Sí, podemos ser románticos (atentos,
detallistas, entregados) pero en un ambiente razonable de convivencia,
algo así como un amor racional. ¿Qué sería esto? Esencialmente creo que
es poner de acuerdo a la cabeza con el corazón. Aunque suene
contraproducente para algunos, o cursi para otros, el amor tiene que ser
inteligente. No quiere decir que sea un sentimiento calculador pero sí
que sea lo suficientemente maduro para permitirte tomar decisiones
racionales. No debemos comprometer nuestra individualidad ni comprometer
la del otro tampoco, porque de hacerlo ponemos en peligro la relación
misma. Cada quien debe tener libertad dentro de un marco de respeto y
mutuo acuerdo.
Por eso, creo en ser abierto desde el inicio, no esperar mucho tiempo
para que el otro te comience a conocer (tus gustos, deseos, metas) sino
darle toda esa información desde el primer momento. Tu pareja debe
saber quién eres, de qué estás hecho, cuál es tu visión de vida. Y todo
hacerlo sin ningún miedo. Es preferible perder al inicio que perder todo
en 5 o 10 años después. Yo prefiero que me digan desde el principio:
“¿Sabés? Yo no puedo vivir con eso, no pienso así, es algo que no puedo
negociar. Mejor quedemos como amigos antes de lastimarnos”. El
punto de todo esto es que la individualidad es el camino, existir como
individuo para luego existir como compañero de viaje, pareja a tiempo
completo.