6 de diciembre de 2011
Parejas congeladas
Encontraron a Marisa y a Jaime en extrañas circunstancias, con casi el mismo atuendo que llevaban cuando se conocieron hace treinta años. No habían cambiado de casa, ni de libro de cabecera, ni de emisora sintonizada en la radio de su coche. Conversaban sobre los mismos temas y votaban siempre al mismo partido. Sus corazones no se abrían a nuevas amistades, ni sus mentes a nuevas ideas. Tampoco conocían otra forma de hacer el amor que no fuera la que descubrieron la noche de bodas, ni sus cuerpos pisaban nuevos terrenos ni se alimentan de nuevos platos.
Los encontraron nada más y nada menos que convertidos en dos estatuas en el fondo su árido jardín. Donde no hay mutación, sobreviene la petrificación.
El párroco señaló que se pusieran las alianzas…y ellos entendieron que debían congelar ese momento. De tal forma que siempre se querrían igual, así quedaba estipulado por contrato hasta el final de sus días.
Empezaron a vivir como “veinteañeros perpetuos”. Consideraron que era la década perfecta, nadie los movería… Aquella actitud, con el paso del tiempo, resultó muy artificial. El barco en el que navegaban nunca llegó a salir del puerto, inmovilizados por una pesada ancla que contenía órdenes familiares, sociales y culturales que debían cumplir.
Se aferraron a un contrato inamovible en un mundo donde lo que no se transforma y crece está condenado a desaparecer.
Ondina Patricia Pilca
Psicoterapeuta/Life Coach
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