Ondina Pilca

MI BLOG

18 de marzo de 2014

De resentimientos y perdones


“Reconoce que no sabes toda la historia.
Una de las cosas que puede 
ayudarte a perdonar
es reconocer tu ignorancia”.

 Mary Manin Morrissey


“En una misa de su congregación, el sacerdote le  preguntó a los fieles quiénes habían disculpado a algún enemigo ese año, y solo un tercio de los presentes levantó la mano. Insistió el párroco e inquirió a los feligreses quiénes aún mantenían enemigos. Todos menos una persona llevaron sus nudillos al cielo, quedando en absoluta soledad la cándida y diminuta Ms. O´Toole, una infaltable anciana que siempre pasaba inadvertida. El padre, atónito, no pudo contener su impaciencia y le preguntó: Ms. O´Toole, ¿qué ha sucedido con sus enemigos? Y la anciana, encogida, respondió: ¡He sobrevivido a todos esos bastardos!”


Esta fue la imperdible anécdota con la que Gavin O´Reilly, titular del Congreso Mundial de Diarios (WAN por sus siglas en inglés), recientemente realizado en Moscú, empezó su disertación de apertura, con ánimo de ilustrar la dura competencia que en estos días están afrontando los diarios de calidad, pero que en principio pretendía ilustrar el valor del perdón...o por lo menos el buen intento del párroco para llevar a sus feligreses a reflexionar sobre el punto. Aunque si la leemos fuera del contexto en que fue contada, y nos atenemos a la letra, podríamos decir que se trata de una  anécdota sobre el resentimiento.

 Y por eso la he mencionado, para iniciar mi reflexión de hoy sobre el tema del perdón, porque perdón y resentimiento guardan una estrecha relación entre sí. En efecto, el re-sentimiento alude a volver a vivir un sentimiento anterior surgido ante hechos que nos ha tocado vivir, cuyo desenlace no fue lo esperado o deseado, enfrentándonos a la facticidad de la vida (aquellos hechos que no podemos modificar mediante nuestra intervención), con su consiguiente carga de frustración y la necesidad de buscar un culpable en el cual descargar dicha emoción, incapaces de hacernos cargo que no son los hechos en sí los que nos frustran, sino las interpretaciones de los hechos que desde nuestra particular mirada, logramos hacer. Y es uno de los cuatro estados emocionales básicos, junto a la aceptación la resignación y la ambición, que se diferencia de los demás porque, como expresaba Max Scheler (en su libro “El resentimiento en la moral”), “es una autointoxicación psíquica”, un veneno que uno mismo se toma, esperando que haga daño a quién decimos que nos lo infringió,  sin darnos cuenta que entramos en el círculo vicioso del odio, una emoción que de quedarse instalada en nuestra conciencia, terminará haciéndonos un daño mayor que el que supuestamente hemos sufrido. Porque el odio, al quedarse encerrado y no poder expresarse, terminará por hacer un cortocircuito que retroalimentará nuestros pensamientos, que a su vez servirán de combustible para avivar la primera llamarada de indignación que le dio origen.

 Visto así, bastante complicado el tema, porque… ¿quién no siente de vez en cuando una fuerte carga de frustración ante algún hecho que supera sus posibilidades de aceptación? ¿Alguna acción que lastima sus sentimientos o alguna injusticia que ataca sus valores? Por cierto nadie está exento y a todos nos ocurre, sin embargo, desde este rincón del coaching, podemos ampliar la mirada y tomar consciencia que nuestro bienestar o sufrimiento, no está determinado por los hechos que nos toca vivir, sino por las interpretaciones que les damos a partir de nuestras experiencias pasadas y nuestras expectativas futuras y por las emociones que esas interpretaciones automáticamente disparan, limitando nuestras posibilidades. Y es ahí donde tenemos un espacio para trabajar a fin de salir del resentimiento, ese estado de intoxicación que a nada conduce, porque así como somos capaces de reaccionar con odio ante lo que nos desagrada o lastima, también somos capaces de reaccionar con amor, ante lo que podemos interpretar que no pudo ser de otro modo… ¡y eso se llama perdón! Un sentimiento que, para seguir con la metáfora, vendría a ser  el antídoto eficaz que nos podría curar de la intoxicación provocada por el resentimiento, porque a diferencia de lo que uno podría creer, perdonar no es olvidar, no es justificar,  no es claudicar, no es debilitarse dando por perdida la batalla…¡el perdón es liberación!

Y qué mejor que una anécdota para sintetizar la idea: en el libro “¿Cuán buenos tenemos que ser?”, Harold Kushner cuenta la historia de pedirle a una mujer, cuyo marido tuvo una relación extramarital, la abandonó y se retrasó permanentemente en los pagos por la manutención del niño, que perdone a su esposo. Cuando ella le preguntó cómo podía sugerir una cosa así, él contestó, “No le estoy pidiendo que lo perdone porque lo que él hizo no fuera tan terrible; sin duda lo fue. Estoy sugiriendo que lo perdone porque él no se merece tener el poder para convertirla en una mujer amargada y resentida”.

¿Interesante visión, verdad? Porque queda claro que en lugar de oponernos a lo que no podemos cambiar, resintiéndonos, podemos aceptar lo que ocurrió, perdonando, a partir de comprender que perdonar a alguien no significa que éste no sea responsable por sus acciones ni que perdamos nuestros derechos al justo reclamo. Y podríamos lograr, desde esta nueva emocionalidad, la paz interior que nos habrá de devolver la energía que gastaríamos en alimentar el resentimiento.

Recordemos que perdonar no es un regalo que se le hace al que consideramos que nos afectó… ¡es un regalo que nos hacemos a nosotros mismos!

En honor a mi compañera: Lic. clara Braghiroli
Coach Profesional
Quien en vida entregó y me enseño tanto!
GRACIAS AMIGA... EN CUALQUIER LUGAR DONDE TE ENCUENTRES!
BUENOS AIRES – ARGENTINA

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