“Reconoce que no sabes toda la
historia.
Una de las cosas que puede
ayudarte a perdonar
es reconocer tu ignorancia”.
Mary Manin Morrissey
“En una misa de su congregación, el sacerdote
le preguntó a los fieles quiénes habían
disculpado a algún enemigo ese año, y solo un tercio de los presentes levantó
la mano. Insistió el párroco e inquirió a los feligreses quiénes aún mantenían
enemigos. Todos menos una persona llevaron sus nudillos al cielo, quedando en
absoluta soledad la cándida y diminuta Ms. O´Toole, una infaltable anciana que
siempre pasaba inadvertida. El padre, atónito, no pudo contener su impaciencia
y le preguntó: Ms. O´Toole, ¿qué ha sucedido con sus enemigos? Y la anciana,
encogida, respondió: ¡He sobrevivido a todos esos bastardos!”
Esta fue la imperdible anécdota con la que
Gavin O´Reilly, titular del Congreso Mundial de Diarios (WAN por sus siglas en
inglés), recientemente realizado en Moscú, empezó su disertación de apertura,
con ánimo de ilustrar la dura competencia que en estos días están afrontando
los diarios de calidad, pero que en principio pretendía ilustrar el valor del
perdón...o por lo menos el buen intento del párroco para llevar a sus
feligreses a reflexionar sobre el punto. Aunque si la leemos fuera del contexto
en que fue contada, y nos atenemos a la letra, podríamos decir que se trata de
una anécdota sobre el resentimiento.
Y por eso la he mencionado, para iniciar mi
reflexión de hoy sobre el tema del perdón, porque perdón y resentimiento
guardan una estrecha relación entre sí. En efecto, el re-sentimiento alude a
volver a vivir un sentimiento anterior surgido ante hechos que nos ha tocado
vivir, cuyo desenlace no fue lo esperado o deseado, enfrentándonos a la
facticidad de la vida (aquellos hechos que no podemos modificar mediante nuestra
intervención), con su consiguiente carga de frustración y la necesidad de
buscar un culpable en el cual descargar dicha emoción, incapaces de hacernos
cargo que no son los hechos en sí los que nos frustran, sino las
interpretaciones de los hechos que desde nuestra particular mirada, logramos
hacer. Y es uno de los cuatro estados emocionales básicos, junto a la
aceptación la resignación y la ambición, que se diferencia de los demás porque,
como expresaba Max Scheler (en su libro “El resentimiento en la moral”), “es
una autointoxicación psíquica”, un veneno que uno mismo se toma, esperando que
haga daño a quién decimos que nos lo infringió,
sin darnos cuenta que entramos en el círculo vicioso del odio, una
emoción que de quedarse instalada en nuestra conciencia, terminará haciéndonos
un daño mayor que el que supuestamente hemos sufrido. Porque el odio, al
quedarse encerrado y no poder expresarse, terminará por hacer un cortocircuito
que retroalimentará nuestros pensamientos, que a su vez servirán de combustible
para avivar la primera llamarada de indignación que le dio origen.
Visto así, bastante complicado el tema,
porque… ¿quién no siente de vez en cuando una fuerte carga de frustración ante
algún hecho que supera sus posibilidades de aceptación? ¿Alguna acción que
lastima sus sentimientos o alguna injusticia que ataca sus valores? Por cierto
nadie está exento y a todos nos ocurre, sin embargo, desde este rincón del
coaching, podemos ampliar la mirada y tomar consciencia que nuestro bienestar o
sufrimiento, no está determinado por los hechos que nos toca vivir, sino por
las interpretaciones que les damos a partir de nuestras experiencias pasadas y
nuestras expectativas futuras y por las emociones que esas interpretaciones
automáticamente disparan, limitando nuestras posibilidades. Y es ahí donde
tenemos un espacio para trabajar a fin de salir del resentimiento, ese estado
de intoxicación que a nada conduce, porque así como somos capaces de reaccionar
con odio ante lo que nos desagrada o lastima, también somos capaces de
reaccionar con amor, ante lo que podemos interpretar que no pudo ser de otro
modo… ¡y eso se llama perdón! Un sentimiento que, para seguir con la metáfora,
vendría a ser el antídoto eficaz que nos
podría curar de la intoxicación provocada por el resentimiento, porque a
diferencia de lo que uno podría creer, perdonar no es olvidar, no es
justificar, no es claudicar, no es
debilitarse dando por perdida la batalla…¡el perdón es liberación!
Y qué mejor que
una anécdota para sintetizar la idea: en el libro “¿Cuán buenos tenemos que
ser?”, Harold Kushner cuenta la historia de pedirle a una mujer, cuyo marido tuvo
una relación extramarital, la abandonó y se retrasó permanentemente en los
pagos por la manutención del niño, que perdone a su esposo. Cuando ella le
preguntó cómo podía sugerir una cosa así, él contestó, “No le estoy pidiendo
que lo perdone porque lo que él hizo no fuera tan terrible; sin duda lo fue.
Estoy sugiriendo que lo perdone porque él no se merece tener el poder para
convertirla en una mujer amargada y resentida”.
¿Interesante visión, verdad? Porque queda
claro que en lugar de oponernos a lo que no podemos cambiar, resintiéndonos,
podemos aceptar lo que ocurrió, perdonando, a partir de comprender que perdonar
a alguien no significa que éste no sea responsable por sus acciones ni que
perdamos nuestros derechos al justo reclamo. Y podríamos lograr, desde esta
nueva emocionalidad, la paz interior que nos habrá de devolver la energía que
gastaríamos en alimentar el resentimiento.
Recordemos que perdonar no es un regalo que se
le hace al que consideramos que nos afectó… ¡es un regalo que nos hacemos a
nosotros mismos!
En honor a mi compañera: Lic.
clara Braghiroli
Coach
Profesional
Quien en vida entregó y me enseño tanto!
GRACIAS AMIGA... EN CUALQUIER LUGAR DONDE TE ENCUENTRES!
BUENOS
AIRES – ARGENTINA