Ondina Pilca

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9 de agosto de 2010

Las cuatro piedras angulares de una pareja



“¿Qué hace que unas parejas funcionen y otras no? ¿Qué da estabilidad a una relación y qué crea una crisis permanente?

Básicamente son cuatro las piedras angulares que, en su conjunto, posibilitan la construcción del hogar. Si falta una de ellas o se encuentra debilitada, la casa es inestable; si faltan varias, es probable que la pareja no dure a largo plazo.
La primera piedra angular es el amor. En el enamoramiento se crea un primer vínculo entre dos personas que las impulsa a comenzar una relación. La consumación sexual sella este vínculo.

Después de un tiempo, uno se da cuenta de que el otro no es perfecto, de que tiene sus luces y sus sombras. Es un acto de amor aceptar al otro tal como es, a sus raíces familiares y también a su destino, que es distinto del propio. El compromiso matrimonial profundiza todavía más el vínculo.

Lo contrario del amor no es el odio, que al igual que el amor mantiene el vínculo, sino la indiferencia, Es en la indiferencia donde muere el vínculo y el desinterés sexual lo debilita.
La segunda piedra angular es la presencia. Es la experiencia de caminar juntos. Si uno de los miembros de la pareja no está presente, el otro se siente solo, no visto. A veces uno sigue “enredado” en una anterior pareja y esto hace que no esté del todo libre y presente para su actual pareja.

También puede encontrarse inmerso en una dinámica de “mirar hacia atrás” y prestar más atención a su familia de origen que a su familia actual.

Otro motivo de que uno de los miembros de la pareja esté ausente es la adicción al trabajo, al igual que cualquier otro tipo de adicción. Si la pareja se forma entre dos personas “ausentes”, no se vive la falta de presencia como una dificultad aunque, visto desde fuera, pareciera que dicha pareja vive “vidas paralelas” que una vida en común.
La tercera piedra angular es la responsabilidad. Una pareja es una relación entre iguales.

Cada uno debe asumir su parte de la responsabilidad respecto a la relación.

De esta manera ambos la cuidan. Cuando uno exige al otro que le dé lo que sus padres no le dieron, y se siente con derecho a ello, se coloca en una actitud infantil. De esta forma no se hace responsable de sus propias carencias y necesidades, cargando a su pareja con sus exigencias.

De la misma manera, se crea una relación desigual cuando uno se siente responsable del otro, como si fuera su padre o su madre. A menudo estas dos actitudes se complementan, haciendo juego.
La cuarta piedra angular es el aprecio. Como aprecio al otro, también aprecio lo que me puede dar y lo acepto agradecido.

Eso hace que me surja el impulso de devolverle algo mío, porque en el fondo me siento en deuda. Así se crea entre la pareja un intercambio rico, que la fortalece. Cuando no lo aprecio o lo desprecio — aunque le quiera — no me vale lo que me da, y por eso no siento la necesidad de devolverle algo mío. Se crea un desequilibrio entre el dar y el tomar que amenaza la continuidad de la pareja. Cuando los dos se desprecian, se produce un intercambio de descalificaciones, insultos, reproches,... Paradójicamente esto también fortalece la pareja, aunque se trate de un intercambio pobre.

El conjunto de estas cuatro piedras angulares hace que uno renuncie a las demás posibilidades de pareja en el mundo y a la fantasía de la felicidad perfecta. Esta renuncia es el tejado que protege el hogar. Como amo a mi pareja, la tomo como es. Como quiero estar presente, no voy a buscar otra relación. Mi responsabilidad por la continuidad de la pareja exige que me haga cargo de mis carencias personales. Y es finalmente el aprecio por mi pareja lo que me hace elegirla a ella. Porque así lo quiero”.

Peter Bourquin

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