Gracias a Mari Carmen Parras, del grupo de Bioneuroemoción por compartir esta información, tomada del periódico "Un mundo de cosas". La comparto, porque llegó a mi como todo en la vida, en el momento justo y además es hermoso el reconocimiento a uno mismo, a partir de esta lectura.
"Uno de los motivos por los que las personas aplazan iniciar un proceso
de Desarrollo Personal es el miedo inconsciente –o muy consciente en
otras ocasiones- a qué es lo que puede descubrir, o sea, destapar y
sacar a la luz.
iComo todos tenemos cosas ocultas que no queremos
que salgan a la luz, porque nos ha costado mucho trabajo esconderlas, o
porque hemos tenido que hacer un gran esfuerzo para ir olvidándolas
poco a poco –ya que nos han provocado tanto dolor…- y como sabemos que
el proceso implica la revisión de todo el pasado, el reconocimiento de
todo lo que hayamos hecho u omitido, el enfrentamiento inevitable con
ello y con uno mismo.
La aceptación de esa realidad… preferimos
aceptar lo que tenemos en este momento, que es una sensación triste de
fracaso –que, en muchos aspectos, se ha vuelto crónica-, una impresión
de haber desaprovechado bastantes cosas en la vida –y por ello un
arrepentimiento opresivo y nada gratificante-, un concepto personal de
no saber actuar siempre bien –en cada momento y cada circunstancia, cosa
bastante improbable de conseguir-, y como, por otra parte, sabemos que
remover el pasado es volver a caer en un estado de pesadumbre, volver a
pasar unos días serios, por eso lo de hacer un repaso de todo el pasado
–del que en estos balances uno parece recordar sólo lo malo o darle una
preponderancia excesiva a lo que calificamos como malo…-, se convierte
en una experiencia poco atrayente; casi apetece más convivir con ese
concepto personal de que no sabemos vivir, de que no sabemos llevarnos
bien con la vida.
Pero bueno, hay que seguir, aunque muchas veces
no nos apetezca seguir, y decimos y sabemos que hay que aceptar el
pasado, pero es mentira o es solamente una teoría, porque no somos
capaces de una aceptación plena, con humildad y con la cabeza alta al
mismo tiempo, y comprender de corazón y en el corazón que la vida es un
continuo aprendizaje, que nadie nace enseñado a vivir y nadie nos
proporciona esa clase magistral donde aprender, vivir se convierte en
una tarea difícil, porque es como si lleváramos un pequeño masoquista
incluido que disfruta revolcándose en el lodazal de nuestras miserias
–y, créame, todos tenemos de miserias de las que no nos sentimos
orgullosos-, y se ceba gustosamente en nosotros mismos.
Y si uno
ha sido tan osado que en algún momento se ha propuesto hacer un proceso
de Desarrollo Personal y se ha puesto a hacer un repaso de la vida y
recordar cosas, que es como se debe hacer, enseguida son las menos
agradables las que toman preponderancia y ocupan en exclusiva casi todo
el pasado, echándonos en cara aquellas de las que no nos sentimos
orgullosos precisamente –y es que parece que nos odiáramos, que una
enemistad interior viviera dentro de nosotros, junto el masoquista, y
tienen más poder que el amor-, y ante el panorama de esas cosas que
hicimos –que hizo el que éramos entonces, no el que somos ahora-.
Tiramos la toalla por adelantado porque vemos que es una tarea ardua,
áspera, y pensamos que por lo menos hemos sido capaces de llegar a
soportarnos, y a tolerarnos más o menos, pero, aunque lo estemos
deseando, vemos aposentado en lo imposible el día en que seamos capaces
de darnos un abrazo sin ningún tipo de reproche, en que seamos capaces
de amar al yo de nuestro pasado; vemos improbable el día en que nos
miremos al espejo con una sonrisa, y que el riguroso exigente que nos
habita emigre a otro mundo, liberándonos de su tiranía oculta.
Ya
nos gustaría ser como otras personas, que aparentan tranquilidad y
aceptación –recuerda el significado de “aparentar”-, que parecen estar
siempre bien –recuerda el significado de “aparentar”-, siempre felices
–recuerda el significado de “aparentar”, que no se les ve una mácula por
ninguna parte, que todo les va bien –recuerda el significado de
“aparentar”-, y cometemos la torpeza de ser tan inconscientes de
comparar nuestro lado pesimista y triste –que todos lo tenemos- con la
fantasía que hemos creado en nuestra percepción al imaginar que la vida
del otro es espléndida.
La vida tiene momentos esplendorosos,
momentos que erizan el vello, y emociones tan grandiosas que provocan el
más agradable de los llantos, y momentos duros, despiadados, que
provocan llantos desoladores, y así andamos, de una a otra emoción y de
uno a otro momento, viviendo, siguiendo en esto de vivir, pero sin
llegar a sacarle toda la esencia, enredados a veces con disquisiciones
inútiles, y enredados en pensamientos que no nos llevan a ninguna parte
buena. Pero esto es vivir o en esto hemos convertido la vida.
Lo
que subyace en el fondo es una excesiva exigencia de y hacia nosotros
mismos, una intolerancia rigurosa e innecesaria, una sensación
indefinible pero que tiene que ver con no encontrarse a gusto del todo
con uno, de no estar en paz, de una incomodidad con la propia compañía.
Y somos víctimas y padecemos esa exigencia de la perfección absoluta,
lo que nos crea una tensión en el vivir que no nos deja relajarnos.
Tenemos miedo de nuestros propios reproches por lo que no sale tal como
estaba previsto.
Tenemos el castigo a punto, como una espada de
Damocles suspendida sobre nuestra cabeza, pendida de un hilo frágil que
se puede romper con la mínima desazón que se nos despierte, y no somos
capaces de salir de esa costumbre de castigarnos por el más pequeño de
los fallos, de ser intolerantes con ellos, con los mismos fallos que en
los demás vemos como algo natural, comprensibles, humanos, y que somos
capaces de perdonar y aceptar sin esfuerzo y sin recriminación.
Es un gran absurdo convertir la convivencia con uno mismo en una
relación tensa, inflexible, cuando debiera ser de una camaradería
inquebrantable donde uno desea lo mejor para el otro, para sí mismo en
este caso.
Es una buena decisión hermanarse consigo mismo, hacer
un pacto de buena avenencia, utilizando una comprensión amplia y
generosa, y una colaboración permanente para hacer de la vida propia un
lugar hospitalario, agradable, y de la relación personal algo envidiable
de lo que sentirse orgulloso.
Y lo mágico de esto, lo realmente hermoso, es que sólo depende de uno mismo y está al alcance de cualquiera.
No está reservado solamente para los hijos de los Reyes, para los
mimados de los Dioses, para unos cuantos privilegiados, y no hay que
esperar que otro se digne otorgarnos ese beneficio, sino que uno mismo,
poco a poco al principio, y luego con más intensidad y regularidad,
puede y debe iniciar el proceso de reconciliación, andar de su propia
mano, velar por sus propios intereses, darse el abrazo que selle el
compromiso, y Vivir".
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Francisco de Sales
Fuente: Periódico de Crecimiento personal