Desde hace algunas semanas atrás, he venido experimentando y tomando contacto con la muerte; de alguna manera me he acercado a lo que tanto le he temido en mi vida. No solo por el echo en sí que implica el decir adiós, a lo que hasta hace pocos momentos estuvo conmigo… más bien por el desagradable contacto con los espacios vacíos que dejan esas pérdidas.
Perder una pareja, una madre, una mascota, un triunfo, una meta, una vida, etc. Implica estar muy concientes de lo “aferrados” que podemos estar a cada una de ellas por temor a quedarnos “desolados”.
Jorge Bucal expresa lo siguiente en su libro “Las tres preguntas”:
“Cada pareja termina de una u otra manera
Cada triunfo se acaba
Cada meta puede volverse inalcanzable
Cada momento pasará
Cada vida llega a su fin
Aunque, cada vez que algo se va deja lugar a lo que sigue… cada vez que algo llega, desplaza a lo anterior, que deja de ser.”
Es por ello, aunque se que no es tarea fácil, la importancia de saber “dejar ir”… dejar marchar… dejar morir… aquello que naturalmente nació y obviamente naturalmente también tiene que morir.
Además de las muertes de personas y seres queridos, hablo también de lo importante que es tomarnos unos instantes, para sentarnos a evaluar todo aquello que tal vez, ya esté tan muerto en nuestras vidas… que ya huele mal y que por temor a quedarnos vacíos, nos empeñamos en mantenernos aferrados a ello (conceptos, ideas, maneras de relacionarnos, vínculos, etc.) y soportamos el mal olor… truncando el espacio para lo nuevo y lo limpio, que trae cada despedida.
En el caso de las relaciones, a veces hay vínculos que ya están muertos… no con esto quiero decir que hay que eliminar a la “persona”… se trata de evaluar ese vínculo y colocarlo en el lugar correcto… porque todo en la vida es cambio… lo más seguro de la vida es el cambio! Y las relaciones cambian... los vínculos se transforman!
¿Qué es lo queda de ese vínculo en mí? ¿Qué queda de mí en ese vínculo?
Entonces, nos podemos dar cuenta de que permanecemos aferrados a lo que ya no existe… y por supuesto lo que tenemos es solo “relleno” en donde antes existió “esencia”.
No podemos seguir eligiendo a quien ya no está, no podemos seguir aferrados a propósitos que ya han cambiado, a modos de vivir vencidos, a ideas, a posturas religiosas, empleos, formas de ser y formas de actuar que ya no nos funcionan… sin embargo, es mucho más fácil quedarse en lo que ya no está, lo que no funciona o lo que esta vencido, que contactar con el dolor y el miedo que implica “vaciar”.
Por eso, evaluar lo que ya huele mal, practicar el desapego y dejar ir… elaborar duelos y darle paso a lo nuevo, es capitalizar ese dolor que implica toda pérdida y el resultado de asumir una renuncia, de aceptar el cambio y aprender a soltar.
Perder una pareja, una madre, una mascota, un triunfo, una meta, una vida, etc. Implica estar muy concientes de lo “aferrados” que podemos estar a cada una de ellas por temor a quedarnos “desolados”.
Jorge Bucal expresa lo siguiente en su libro “Las tres preguntas”:
“Cada pareja termina de una u otra manera
Cada triunfo se acaba
Cada meta puede volverse inalcanzable
Cada momento pasará
Cada vida llega a su fin
Aunque, cada vez que algo se va deja lugar a lo que sigue… cada vez que algo llega, desplaza a lo anterior, que deja de ser.”
Es por ello, aunque se que no es tarea fácil, la importancia de saber “dejar ir”… dejar marchar… dejar morir… aquello que naturalmente nació y obviamente naturalmente también tiene que morir.
Además de las muertes de personas y seres queridos, hablo también de lo importante que es tomarnos unos instantes, para sentarnos a evaluar todo aquello que tal vez, ya esté tan muerto en nuestras vidas… que ya huele mal y que por temor a quedarnos vacíos, nos empeñamos en mantenernos aferrados a ello (conceptos, ideas, maneras de relacionarnos, vínculos, etc.) y soportamos el mal olor… truncando el espacio para lo nuevo y lo limpio, que trae cada despedida.
En el caso de las relaciones, a veces hay vínculos que ya están muertos… no con esto quiero decir que hay que eliminar a la “persona”… se trata de evaluar ese vínculo y colocarlo en el lugar correcto… porque todo en la vida es cambio… lo más seguro de la vida es el cambio! Y las relaciones cambian... los vínculos se transforman!
¿Qué es lo queda de ese vínculo en mí? ¿Qué queda de mí en ese vínculo?
Entonces, nos podemos dar cuenta de que permanecemos aferrados a lo que ya no existe… y por supuesto lo que tenemos es solo “relleno” en donde antes existió “esencia”.
No podemos seguir eligiendo a quien ya no está, no podemos seguir aferrados a propósitos que ya han cambiado, a modos de vivir vencidos, a ideas, a posturas religiosas, empleos, formas de ser y formas de actuar que ya no nos funcionan… sin embargo, es mucho más fácil quedarse en lo que ya no está, lo que no funciona o lo que esta vencido, que contactar con el dolor y el miedo que implica “vaciar”.
Por eso, evaluar lo que ya huele mal, practicar el desapego y dejar ir… elaborar duelos y darle paso a lo nuevo, es capitalizar ese dolor que implica toda pérdida y el resultado de asumir una renuncia, de aceptar el cambio y aprender a soltar.